Huellas

Huellas de memoria, corresponde a un proyecto artístico que se inició en 2003 en la Casa de Velázquez de Madrid y que fluyó hasta 2011.

En 2003,  parte del proyecto Huellas de memoria, se expuso en Madrid, en la Casa de Velázquez , con motivo de la exhibición de los artistas valencianos becados en esta institución.
En 2004,  se expusieron las piezas en Vila-Real (Castellón) en la Sala dels Arcs de l'Ajuntament de Vila-Real y que, posteriormente fueron trasladadas a la ciudad de Catarroja (Valencia) donde se mostró en las instalaciones de Florida Universitaria.

Fagilidad, 2005 - tinta sobre tela 100 x 150cm

Fagilidad, 2005 - tinta sobre tela 100 x 150cm

Huellas, 2003 - técnica mixta sobre lona 110 x 290 cm

Huellas, 2003 - técnica mixta sobre lona 110 x 290 cm

Huellas de memoria, 2003 - técnica mista sobre tabla 159 x 170 cm

Huellas de memoria, 2003 - técnica mista sobre tabla 159 x 170 cm

Levedad, 2003 - técnica mista sobre tela 150 x 270 cm

Levedad, 2003 - técnica mista sobre tela 150 x 270 cm

Memoria perdida II, 2003 - tinta sobre lona 260 x 290 cm

Memoria perdida II, 2003 - tinta sobre lona 260 x 290 cm

Memoria perdida III, 2003 - técnica mista sobre lino y tela 198 x 380 cm

Memoria perdida III, 2003 - técnica mista sobre lino y tela 198 x 380 cm

Memoria leve III, 2003 - técnica mixta sobre tela 127 x 304 cm

Memoria leve III, 2003 - técnica mixta sobre tela 127 x 304 cm

Memoria, 2008 - tinta sobre tela 170 x 110 cm

Memoria, 2008 - tinta sobre tela 170 x 110 cm

Memoria del resto, 2004 - técnica mista sobre tabla 150 x 200 cm

Memoria del resto, 2004 - técnica mista sobre tabla 150 x 200 cm

Huellas III, 2005 - tinta sobre lino 130 x 30 cm

Huellas III, 2005 - tinta sobre lino 130 x 30 cm

Enredos, 2004 - técnica mixta sobre tela 145 x 220 cm

Enredos, 2004 - técnica mixta sobre tela 145 x 220 cm

Pequeñas huellas, 2003 - técnica mixta sobre tabla 110 x 200 cm

Pequeñas huellas, 2003 - técnica mixta sobre tabla 110 x 200 cm

ENTRE LA RAZÓN Y LA LOCURA, UNA VISIÓN DE LA PINTURA DE LUCÍA HERVAS

"Al principio fue la máquina'', declaró en una ocasión Lucía Hervás a propósito de una de sus series pictóricas en la cual tomaba diversos instrumentos, artefactos y mecanismos como protagonistas de su investigación artística. Pero detrás de esta declaración, está claro que no hay que buscar la fascinación del futurismo, ni tampoco se esconde ninguna boutade de infant terrible; lo que presagiaba esta serie no es tanto la adoración de un tótem, sino más bien una expresión de nostalgia. Detrás de la máquina, en esta superposición de collages que elabora Hervás, y que en ocasiones tiene tanto de pintura como de escultura, puede intuirse siempre una forma humana, la constatación, por tanto, de que detrás de la máquina siempre está el ser humano, generador de multitud de sensaciones y estímulos. Es evidente, por otra parte, la analogía entre el cuerpo humano y la máquina en la obra de Lucía Hervás, un signo potentísimo que se refuerza en una sinergia continua, y que alude tanto a los aspectos mecánicos como a los emocionales.

Ahora, en los últimos trabajos que presenta nuestra autora, los motivos pictóricos comienzan a ser otros, aparecen cuerdas y árboles en sus intentos de explicar su mundo, pero desde este mismo momento tenemos que evitar la tentación de querer ver una dialéctica maniquea entre el maquinismo por una parte y unos elementos más cercanos a la naturaleza, por otro. Ya hemos dicho que para Lucía Hervás la máquina es un símbolo bondadoso, muy humano, que incluso está relacionado con su biografía, que forma parte de su anecdotario personal, del pozo de su infancia, de donde extrae los pretextos y el nervio creativo; en definitiva, el caos emocional que hay que ordenar.

A pesar de la aparición de nuevos temas, es conveniente señalar que hay otros elementos que marcan una trayectoria continua en la obra de Lucía Hervás; por tanto, más que una ruptura con el trabajo anterior, hay que hablar de una evolución que aún tiene las líneas como protagonistas notorias de esta búsqueda artística, una líneas a veces enmarañadas, exponentes claros de un conflicto. A menudo, estas líneas sobrepasan el receptáculo artístico, se pierden por el marco y nos muestran unos fragmentos vitales etéreos, testimonio de una realidad más basta, cósmica, que se adivina y que exige mucho del espectador, porque tiene que completarla con sus propias vivencias, como aquella pintura evolucionada de los maestros del Zen que exige de la imaginación del espectador para completar el acto creativo.

En esta pugna se debate en estos momentos Lucía Hervás; su pintura evoluciona por un río cargado de meandros. Aquí tenemos de nuevo la metáfora de la línea que le resulta tan cara, pero también esto es metáfora de un conflicto interior, como evidencian también los nudos tortuosos de los árboles que aparecen en sus cuadros obsesivamente, en una visión muy personal de la eterna dialéctica entre razón y locura. La diferencia con la etapa inmediatamente anterior, a mi parecer, es que ahora el conflicto quiere salir a la luz, ya no quiere protegerse tras unas veladuras y ha decidido mostrar un corazón que latía con rabia contenida, y que ahora so nos muestra, a pesar de todo, con una sutilidad delicadísima.

Pasqual Alapont